Podrías recuperar la roba que guardaste “por si algún día vuelve a caberme”.
Podrías levantarte por la mañana y mirarte al espejo sin buscar el ángulo “más favorecedor”.
Podrías bajar las escaleras sin agarrarte a la barandilla como si cada tramo fuera una montaña.
Podrías decirle que sí al plan sin pensar “y si no entro en la silla”.
Podrías comer de todo, sin pesar la lechuga ni pedir “lo mismo pero sin salsa”.
Podrías tener energía para trabajar, para tus hijos, para ti, sin ese “agotamiento que no se explica”.
Podrías dejar de empezar cada lunes, porque este sí sería el último comienzo.
Podrías sentirte orgullosa, no solo por lo que ves, sino por lo que sientes: fuerte, segura, dueña de tu cuerpo y de tu vida.

Y no lo harías sola.
Tendrías a alguien que entiende que a los 40 el cuerpo ya no responde como a los 20, que sabe que el tiempo es oro y que los hormonalitos no colaboran.
Un plan hecho a tu medida, sin sacrificios ridículos, con alguien que te escucha, te acompaña y te empuja cuando te crees que ya no puedes.

Dar el paso no es apuntarte a un gimnasio.
Es decidir que ya no quieres seguir esperando a que “el lunes que viene” sea el bueno.
Es invertir en ti, una sola vez, para no tener que volver a empezar nunca más.

Da el paso. Empieza hoy. Tu cuerpo de antes ya está esperándote.